Sumar y restar

Olvídate de las historias que oíste cuando eras pequeño, de los cuentos que te leyó –o inventó- tu madre sobre ella y de todo lo que imaginaste que ibas hacer cuando fueras un “adulto responsable”. La vida solo va de sumar y restar. Es complejo, pero sencillo a la vez.

A medida que pasan los años, ocurre algo paradójico y quizá hasta misterioso: agregas velas a la tarta de cumpleaños pero eliminas nombres de la agenda de contactos en el móvil, observas más pero hablas menos, haces únicamente lo que consideras correcto aunque eso pueda significar  quedarte cada vez más solo.

Avanzas, pero para ello tienes que retroceder muchas veces. Ganas, pero antes de saborear la victoria debes engullir la acidez de la derrota. Aprendes, pero siempre debes dar algo como moneda de cambio: un ser querido, el corazón, un país.

Marcar posición, defender una idea o no hacer lo que la mayoría hace es lo más parecido a jugártela en grande, algo así como estar frente a la ruleta rusa y apostar “todo o nada” al doble cero; es, en definitiva, el mayor acto suicida de valentía. Así que hay que pensarlo muy bien antes de ser un “extremista” -palabra preferida que algunos utilizan para calificar a las personas con principios-  porque puedes entrar con mucho y salir sin nada, y cuando digo “nada” me refiero a que puedes restar de un plumazo conocidos, amigos y hasta familiares.

En algún momento del camino puede que te conviertas en un completo extranjero en la tierra donde naciste –por lo general, este fenómeno ocurre gracias a los políticos, hay que decirlo- y te toque navegar en el mar infinito de la migración. Muy probablemente un país distinto al tuyo te abrirá las puertas y ante ti se desplegará un mundo por descubrir: cultura, música, comida, tradiciones y quizá hasta una nueva nacionalidad, pero las consecuencias de esta especie de salto cuántico será dejar atrás todo lo que un día fuiste, decirle adiós a tus seres queridos sin saber cuándo los volverás a ver y escoger muy bien cómo empacar tu vida en una maleta de 23 kilos.

Si hay algo que deseo con el alma es ver de nuevo a mi maestra de tercer grado para decirle que sumar y restar no son procedimientos exclusivos de la aritmética, como me enseñó, sino  que también son operaciones que se aplican en el lenguaje. Que da igual todas las palabras, con sus sinónimos y antónimos, que aprendamos en la vida. Llegará un día en que el plural cambie a singular y el uso de los tiempos verbales se resuma solo al presente. Es el sacudón de la muerte que deja huérfano al doliente y al vocabulario aprendido, porque se lleva consigo palabras y nombres que nunca mas volveremos a pronunciar.

Pero además de la eterna suma y resta existencial, Freud, en sus investigaciones sobre el inconsciente, descubrió que desde que nacemos hasta que morimos ¡estamos, todos, divididos! En el libro “La mujer singular y la ciudad”, Vivian Gornick, escribió: «Queremos crecer y no queremos crecer; estamos ávidos de placer sexual y tenemos miedo del placer sexual; odiamos nuestras emociones más agresivas –la ira, la crueldad, la necesidad de humillar-, pero estas emociones proceden de agravios que no tenemos intención de olvidar. Nuestro sufrimiento es al mismo tiempo una fuente de dolor y de consuelo. Lo que a Freud le resultaba más difícil de curar en sus pacientes era la resistencia a ser curados».

Sumar, restar, dividir y para algunos, no todos, multiplicar.

Betty Hernández
Betty Hernández
Periodista, locutora y migrante. Experta en escritura digital, periodismo institucional, radio y redes sociales. Es venezolana, de padre canario y madre portuguesa, vive en Granada desde 2019.

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