Que fácil resulta olvidar para algunos, o para muchos, aquellas frases grandilocuentes, y aquella forma de actuar, que emanaban de pensamientos momentáneos, pero a la postre han resultado poco sinceros, o nada sinceros. La virulencia de la pandemia, allá por los meses de marzo y abril tuvo efectos poco comunes en los habitantes del Planeta Azul: Los animales regresaron a ocupar espacios que los humanos les hemos ido arrebatando poco a poco. Los ciudadanos empezamos a conocer a nuestros vecinos, esos que viven al lado o enfrente, pero con los que nunca habíamos hablado. A los nietos les entraron unas ganas incontenibles de ver a sus abuelos, y los hijos se preocuparon cada día de sus padres, ingresados en residencias geriátricas y a los que, en muchos casos, sólo iban a ver algún domingo que otro antes de que apareciera el bicho. Las fuerzas de orden público dejaron de estar satanizadas para pasar a la categoría de héroes, y los médicos y sanitarios fueron aplaudidos cada tarde a las ocho en punto por millones de manos agradecidas. Militares, repartidores, transportistas y otros profesionales que dieron el callo en tan complicada situación recibían el reconocimiento y los agradecimientos y parabienes de los que estábamos confinados en nuestras casas. Algunos pensaron que si algo bueno podíamos cosechar de la maligna pandemia era el cambio de actitud de nuestra especie, que parecía haberse humanizado algunos enteros. Nada más lejos de la realidad para una comunidad como la nuestra, especializada en olvidar con presteza y reclamar con urgencia.
Tienen realmente merecido ese reconocimiento los colectivos profesionales que he nombrado, pero no por haber hecho ese trabajo, que era su obligación, sino por las incertidumbres, preocupaciones y riesgos extraordinarios que ha traído consigo la especial contingencia que vivimos, a ellos y a sus familias.
No obstante, con el paso del tiempo, del poco tiempo, es palpable que la sensibilidad para con ellos, o el acercamiento a nuestros vecinos, también han superado “el pico” y la curva ha bajado a velocidad de vértigo para volver a sus parámetros habituales. Las fuerzas de orden público ya no son tan héroes, porque ahora han de vigilar el cumplimiento de la nueva normativa y nos pueden sancionar a los “no cumplidores”, claro. Y a lo demás, simplemente nos hemos acostumbrado. Así somos.
También es cierto sin embargo que, si somos dados a olvidar, también a que nos olviden. A lo mejor hemos relegado algún sentimiento que parecía más consistente; quizás nosotros nos olvidemos demasiado pronto unos a otros, mas hay que decir también que los gobiernos de este reino de taifas también se han olvidado pronto de todos, y de sus bellas y falsas promesas, para dejar que la población sucumba mientras ellos miran desde sus rutilantes despachos y sus sueldos interminables como agoniza una sociedad a la que llevan engañando más de cuarenta años.
No es la hostelería la fuente principal de contagio, y lo sabéis. Tampoco el kiosko de la esquina, que deja de vender chucherías desde las seis de la tarde, que sería la hora de empezar; las mismas chucherías que los niños encuentran a veinte metros en la tienda que sí es “esencial”. Tampoco son la madre del cordero otro tipo de negocios, ni se va a arreglar el asunto con una limosna de mil euros. Se agradece, pero se puede hacer más y se necesita más.
A lo mejor resulta, aplicando la terminología que dictan estos “comités de expertos”, que los que no son esenciales son ellos mismos.
Que alguien ponga orden en este rompecabezas. Sabemos que hay quien trabaja sin descanso y con buena intención para aportar soluciones válidas a la situación sanitaria y a la económica,¡ pero son tan pocos…!.
Miguel A. Sesarino