Esta semana he visto muchos artículos y publicaciones en las redes sociales sobre el duelo. Más específicamente sobre cómo afrontar la desaparición física de un ser querido. Escritos contados desde la nostalgia o la alegría tras recordar a esa persona que ya no está en este plano.
Después de tanto leer y releer llegué a una conclusión: nunca nadie se va del todo.
Sé lo difícil que es afrontar el hecho de no ver más a esa persona. Todos, sin excepción, en algún momento conoceremos esa sensación. Y quizás nos cuesta tanto procesar esta experiencia porque somos egoístas, apegados, negacionistas o simplemente seres humanos cargados de sentimientos.
Negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Estas son las 5 etapas del duelo. Lo más difícil es llegar a la última, pero créanme que cuando aceptamos lo sucedido el dolor deja de pesar y extrañamente se convierte en incentivo para continuar, honrando a quien se ha ido.
Posiblemente nos cuesta tanto llegar a la etapa de la aceptación por la bendita culpa. Nos sentimos como unos verdaderos miserables si disfrutamos de un día de playa, una cerveza bien fría o del cumpleaños de nuestro mejor amigo cuando atravesamos la perdida de alguien especial. Me atrevería a decir que existe una errada percepción de que el vivo debe honrar al muerto privándose de los placeres de la vida en señal de respeto y abnegación.
Para bien o para mal nadie puede vivir la vida de otra persona, intercambiar los dolores o las alegrías, las enfermedades o las desgracias, las deudas o las ganancias, mucho menos evitar la muerte. Deshacerse de la culpa es el ejercicio más liberador, sanador y bondadoso tanto para el que sigue aquí como para el que se fue.
Aceptar no es olvidar. Al contrario. Es la forma más hermosa de continuar en el camino, con un pedacito en nuestra alma de ese alguien que partió cuando era su momento y con el que probablemente nos encontraremos más adelante. El cuerpo ya no está pero la presencia sigue entre nosotros en cada día de playa, cerveza fría o fiesta de cumpleaños.
Entiendo ahora eso que tanto dicen, que lo importante no son las cosas materiales sino los instantes que puedas compartir con tus seres queridos. El turrón de almendras en navidad, el croissant de chocolate para desayunar o el partido final del mundial de fútbol se transforman con el tiempo en los mas valiosos e importantes recuerdos.
Los muertos tienen la capacidad de vivir en dos dimensiones, en dos planos, en dos tiempos distintos. Siempre están en pasado y presente. Entre la dualidad de la alegría y la nostalgia, pero al final somos nosotros, los que aún tenemos frecuencia cardiaca, quienes decidimos cómo lidiar con sus ausencias: una foto en la cartera, conversaciones nocturnas o reclamos a primera hora de la mañana.
Nunca nadie se va del todo: la presencia ocupa menos espacio físico, pero los recuerdos todo el corazón.
Betty Hernández.