Dicen que uno siempre regresa a los lugares en los que fue feliz, pero esto lamentablemente, y por mucho que se quiera, no es así.
Para el momento en el que escribo este artículo –y que por cierto me ha costado un poco más de la cuenta hilar mis ideas- se desarrollan los Juegos Olímpicos Tokio 2020. Una edición que sin duda será recordada por sus protocolos pandémicos, ausencias de público e historias de deportistas que trascenderán mucho más allá que sus propias presentaciones en las competencias.
A propósito de esto último, de las historias personales de algunos deportistas, esta vez voy a hablar sobre una en particular que no puedo sacar de mi cabeza. Si bien es cierto que la salud mental de la gimnasta estadounidense Simone Biles, ha ocupado gran centimetraje en los medios de comunicación, hoy quiero escribir sobre un chico que se llama Eldric Sella.
Eldric es un boxeador venezolano. Caraqueño, de 24 años. Dio sus primeros movimientos en esta disciplina a los 9 años, en un gimnasio del ´23 de enero´, una de las barriadas más conocidas de la capital venezolana por vivir al margen de la ley: este lugar es controlado por grupos paramilitares, que imponen sus propias normas de convivencia, restringen la libertad de movimiento de sus habitantes, cuenta con un tipo de moneda distinta a la oficial y por supuesto es bastión de la revolución bolivariana.
Pero para continuar con lo que quiero contar, Sella viajó a Tokio, como el resto de los 11.711 atletas, para competir en su disciplina deportiva. El detalle está en que el día de la inauguración de los JJ. OO. no desfiló en la delegación venezolana junto a sus compatriotas. No. El caraqueño de 24 años formó parte del Equipo Olímpico de Refugiados, grupo conformado por ´atletas que se vieron obligados a abandonar sus países de origen por guerras, persecuciones ideológicas, violencia generalizada u otras circunstancias que requerían protección internacional´.
De esta manera, Eldric comenzaba haciendo historia en Tokio: era la primera vez que un venezolano formaba parte del Equipo Olímpico de Refugiados.
En 2018 viajó a Trinidad y Tobago para participar en una competencia deportiva y fue en este país donde solicitó asilo político. Mientras mezclaba concreto y cortaba césped en el Caribe, siempre pensó en cómo estos oficios podrían ayudarlo en su carrera como boxeador. Pese a su nueva realidad, nunca abandonó su sueño, aplicó a una beca olímpica para refugiados y es así como llega a tierras niponas.
Sin embargo, su sueño dura apenas 67 segundos en el ring. En su primer encuentro con el dominicano Euri Cedeño fue noqueado. Son este tipo de cosas que a veces me hacen mirar hacia arriba y preguntar ¿de verdad? Duro, sin duda para cualquier atleta, pero para Eldric es aún más duro.
Luego de la competencia le informan que no puede regresar a la isla. A principios de julio, el boxeador todavía esperaba la autorización del Ministerio de Seguridad Nacional de Trinidad y Tobago para viajar a Japón y regresar. El chico llegó al combate sin una vuelta a casa segura, esto aunado a que el venezolano tiene el pasaporte de la República Bolivariana de Venezuela vencido. Para quienes no lo saben, el régimen de Maduro contrala la libertad de movimiento de los venezolanos -dentro y fuera del país- con este documento. Contar con un pasaporte, además de costoso, es una tarea de resistencia, que en algunos casos se vuelve hasta imposible.
Así que ahora, Eldric busca un país. ¿Alguien puede pensar en la profundidad de esta oración?
Eldric Sella lleva la bandera del equipo conformado por los más de los 5 millones de venezolanos que hemos huido de la crisis política, social y económica de Venezuela.
Eldric Sella, como todos los que tuvimos que irnos, lleva consigo las etiquetas ´refugiado´, ´huérfano´, ´asilado´, ´sobreviviente del comunismo´.
Eldric Sella, es el abanderado del éxodo venezolano más grande que ha visto América Latina en la época moderna.
Ojalá muy pronto Eldric lo logre. Y no me refiero a que se convierta en un gran boxeador. Espero, de corazón, que más temprano que tarde, pueda conseguir un lugar al que pueda llamar HOGAR.
Betty Hernández.
Oh que triste! No conocía su historia ?, espero que pueda conseguir un hogar..