¡Todos mentimos!

Existen dos tipos de personas: las que mienten expresa y compulsivamente, y las que mienten por sobrevivencia y obligación. En el primer grupo estarían la mayoría de los políticos y en el segundo, el resto de los seres humanos que habitamos este planeta.

Ofenderse, hasta el punto de llevarse la mano al pecho como señal de indignación es solo una escena, con mezcla de drama y victimismo, para mantener el manto impoluto de ciudadano estrella. Porque, si hablamos de verdad, verdad, aceptaríamos que todos mentimos. Solo que a veces, el seguir ciertos protocolos sociales, como almorzar una vez por semana en casa de la abuela o ir los domingos religiosamente a misa, nos da una equivocada sensación de ser una persona ejemplar.

Los políticos, por ejemplo, mienten todo el tiempo, pero muy especialmente durante la época de elecciones. Desesperados por conseguir el voto, recurren a cualquier método que despierte emociones; prometen una serie de cosas que saben muy bien que no van a cumplir –y en el fondo nosotros también sabemos que no lo harán- pero nos hacemos los tontos, como ellos, para luego sentirnos engañados. Lo mismo sucede con las personas que, estando en una relación sentimental, deciden tener un amante. El infiel hace juramentos imposibles de mantener, para conseguir ´un cariño extra´, lo más parecido a ir al súper y pillar una oferta de 2×1.

Luego, estamos el resto de los mortales, que mentimos sistemáticamente o ´de forma inocente´. Es tan recurrente que no lo percibimos y por eso nos ofende tanto admitir la verdad: que somos mentirosos.

Mentimos, cuando decimos siempre que estamos ´bien´, a pesar de tener el corazón sangrando de pena; cuando no atendemos la llamada de ese compañero pesado de trabajo, que solo busca compañía, y nos excusamos con un ´es que no oí el móvil´; cuando nos preguntan de qué tendencia política somos, y ante el temor de ser expulsados del grupo, respondemos de acuerdo a la preferencia de la mayoría.

Mentimos, cuando publicamos en Instagram lo bien que lo estamos pasando en la cena familiar, pero muy en el fondo deseamos mudarnos a la Antártida; cuando nos preguntan si queremos la última croqueta de jamón que queda en el plato y por vergüenza contestamos ´no, gracias´ pero en realidad queremos devorarnos una docena más; cuando un amigo nos pide que seamos sinceros ante la gran metida de pata que acaba de cometer y muy descaradamente le decimos ´tranquilo, no es para tanto´.

Mentimos también cuando vemos al vecino correr, como si se le fuera la vida, para coger el ascensor y nosotros desde el interior cerramos, de forma malintencionada la puerta, mientras nos libramos de culpa con un ´lo siento, no lo vi´; cuando hacemos la declaración anual de impuestos y también cuando nos preguntan en la entrevista de trabajo ´¿está de acuerdo con la oferta laboral?´ y a pesar de saber que estamos dando el consentimiento para ser explotados de la manera mas ruin en pleno siglo XXI, con una media sonrisa respondemos: ¡por supuesto, estoy muy agradecido que me den esta oportunidad!

La diferencia entre los distintos tipos de mentirosos, es que a unos les pagan por mentir y otros simplemente lo hacemos para sobrevivir.

Betty Hernández.

Betty Hernández
Betty Hernández
Periodista, locutora y migrante. Experta en escritura digital, periodismo institucional, radio y redes sociales. Es venezolana, de padre canario y madre portuguesa, vive en Granada desde 2019.

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