Trinchera de esperanza

Mucho hemos visto desde que Rusia le declaró la guerra a Ucrania hace ya un mes: ciudades desaparecidas del mapa; personas que huyen del ataque inminente de los misiles y otras que se resisten a dejar sus casas; fotografías que vuelan por los aires, huérfanas, como los miles de niños que han perdido a sus padres en combate; trincheras hechas con libros para guarecerse de las esquirlas del terror y música, mucha música, para soportar el dolor de la realidad.

Al final, cada quien hace lo que puede con lo que tiene ¿cierto?

Hubo una imagen que se hizo viral hace algunas semanas. Una pared hecha de libros con los lomos hacia adentro de la casa, a manera de barricada, se veía a través de una ventana. Era la casa del escritor Lev Shevchenko. Intentaba protegerse de la guerra con lo que tenía a mano: los libros. Fue la forma que encontró, en ese momento, de resistir y mantenerse con vida.

Mientras los soldados en combate se resguardaban entre sacos de arena y muros mutilados por las bombas, Shevchenko lo hacía con los libros; con cientos de escritores que, probablemente, lo acompañaron en otros momentos difíciles de su vida. Los libros siempre se convierten en una especie de refugio pero ¿puede haber algo más difícil que la guerra? No lo sé, como tampoco sé qué pasaba puertas adentro tras esa trinchera de papel. Trato de imaginar al escritor golpeando las teclas de su ordenador para dejar registro del momento histórico que vivía en primera persona, mientras los misiles golpeaban objetivos, trazados desde Rusia, atestados de civiles.

Hay una escena de la película Jojo Rabbit (una sátira de la Segunda Guerra Mundial, que tiene como protagonistas un niño fanático de Hitler y por otro lado, la madre que esconde una niña judía en el desván de la casa) que he recordado todos estos días, al ver los vídeos de personas que tocan el violín en un bunker o el piano en la frontera para recibir a los refugiados. En una parte de la película la madre –que usaba el humor para solapar el horror de los actos que cometían los Nazis- anima al niño, su hijo, a bailar diciéndole ´la vida es un regalo. Debemos celebrarla. Tenemos que bailar para dar las gracias a Dios por estar vivos´.

Por eso emociona, y parte el alma en mil pedazos, ver a una niña ucraniana de 7 años, cantar ´Let it go´ de Frozen, la película de Disney, en un bunker atestado de personas que lo han perdido todo. Su voz intenta, al menos por algunos minutos, bajar el volumen de las balas y subir el de la esperanza; decir que no todo está perdido y mostrar que si alguien la está escuchando significa que está vivo y eso, en medio de una guerra, es un regalo.

Lo más probable es que la vida, en algún momento, se torne de una negrura colosal y es justo aquí cuando debemos entrar en ella enarbolando luminosidad y echando mano de las cosas que conocemos: un libro, una peli de Disney, un violín, un recuerdo o una promesa hecha. Al final, cada quien hace su propia trinchera de esperanza con lo que tiene.

Betty Hernández.

Betty Hernández
Betty Hernández
Periodista, locutora y migrante. Experta en escritura digital, periodismo institucional, radio y redes sociales. Es venezolana, de padre canario y madre portuguesa, vive en Granada desde 2019.

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