El sueño de una sociedad humana viajando por el espacio, colonizando y aprendiendo de otras civilizaciones, es algo que va camino de no ser más que el fruto de la imaginación de guionistas como los de Star Trek.
No es menos para el imaginario de guionistas, ese mundo sin fronteras donde como dicen los ilusos, ¡ser ciudadanos del mundo!, ¡ja, ja! Y lo de ilusos no es para ofensa, es la realidad hipócrita con la que se visten muchos, cada día.
Basta mirar la TV cinco minutos y comprobar que este planeta es hermoso, pero con un virus para el que no hay cura y catalogado como especie humana. Somos la pandemia de este planeta. Y dirán vuestras mercedes que me falta la razón, y permítanme alegar en mi defensa que, ¡jamás la quise para mí, más viendo como ustedes hacen uso de la misma! Una razón para excluir por pensamiento, color, credo, etc. Una razón para adoctrinar bajo el banal pretexto de ser un mero ejercicio de conocimiento. Una razón donde solo prevalece la de quien la expone. En definitiva, una razón enterrada en etiquetas y prejuicios a usar según el interés de quién se cree portador/a de la única y verdadera.
Pero no hace falta imaginarnos un mundo para ver lo expuesto hasta ahora. Sólo basta con abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor, es más aún, miremos más cerca, en la propia familia, lugares tan cercanos del día a día, donde el adoctrinamiento es constante, donde la necesidad de ser portador/a de la Razón Universal se vuelve viral. Y si existe intereses económicos de por medio, hasta la razón se vuelve embajadora de la misma muerte.
Muerte con la cual los grandes poderes de la humanidad vienen jugando desde tiempos inmemoriales, lo último ha sido la gran partida de ajedrez de la COVID. Más recientemente, el caso de Israel/Gaza o Ceuta/Melilla. Donde queda patente que el ciudadano de a pie es usado como ganado para matadero. Y lo peor, son estos progres de la izquierda, promotores de cambiar el mundo dejados caer en la barra de un bar o sentados disfrutando de una cerveza fresquita y en la comodidad del distanciamiento, desde donde tratan de adoctrinar a los contertulios con sus planteamientos de un mundo mejor, eso sí, modelado a su imagen y semejanza, es decir, donde los inmigrantes, los sin techo, el harapiento solo existirá para llevarles las zapatillas, limpiarle la casa o lavar su flamante auto, para lo demás estaría el Gobierno, al que reclaman que elimine las fronteras, mientras estos bienhechores de la razón instalan en sus propiedades alarmas de última generación, puertas cada vez más blindadas y estancas para que no les llegue al salón el nauseabundo olor del vulgo.
Una sociedad del siglo XXI que en nada parece haber evolucionado desde la Edad Media.