En la presente oportunidad intentaremos pensar acerca del antihumanismo propio de radicalizaciones puntuales de algunos ámbitos propios del animalismo postmoderno. Básicamente, pretendemos poner sobre la mesa el asunto de la consideración negativa que los precitados sectores instalan contra el humanismo y las vergonzosas consecuencias que conlleva instalar en la sociedad una idea básica,que se podría resumir en un dicho que todos habremos escuchado en cualquier oportunidad: “en este mundo sobra gente”, o “la humanidad es un virus que acabará con el planeta”.
La presente situación sanitaria global no hace más que probar a diario esta postura en cientos de discursos naturalizadores de la muerte, que intentan instalar una hipótesis vital gravísima: ante la incesante pérdida de vidas humanas por Covid-19, por ejemplo, muchísimos sectores no dudan en asegurar que se trataría de una purga necesaria de la naturaleza. Semejante aseveración, que puede parecerle racional a más de uno, no deja de ser, por un lado, falsa, sino también perversa y peligrosa, puesto que si vamos a considerar que un suceso como una epidemia global puede traer consecuencias positivas amén de la muerte de millones de personas, estaríamos justificando la premisa básica de la necesidad de deshacernos de vidas humanas en pos de un supuesto bienestar futuro.
Dicho pensamiento no es nuevo. Desde los espartanos hasta Hitler (quien fue un dedicado proteccionista animal y ambientalista), podremos apreciar en la historia de la humanidad un patrón común que une los autoritarismos con el razonamiento que justifica la necesidad de dejar de contar con ciertos grupos poblacionales. Sin dudas, visto así, se trataría de una naturalización de una muerte selectiva y supuestamente útil para fines que se disfrazan de naturalismos neutrales, pero que en la práctica no hacen más que dejar ver su costado más oscuro, a saber, pensar que en este mundo hay gente de más. Ello no implica solamente un retroceso aberrante en materia de derechos humanos, sino también es una descarada explicitación de la no necesidad de los mismos.
Negarle la posibilidad de existencia a cualquier ser es aceptar la voluntad de su aniquilación. Disfrazarlo de animalismo proteccionista no ha hecho más que maquillar una cruda realidad: se utiliza la nobleza de la intención de dar mejor vida a las especies animales no humanas a la vez que se demuestra un declarado desprecio por la dignidad de la animalidad estrictamente humana. Acusar al hombre de absolutamente todos los males existentes para luego justificar la aniquilación, el abandono, las guerras, las hambrunas y los genocidios sistemáticos pareciera ser una estrategia propia de autoritarismos tan denunciados, pero tan presentes en los intersticios de las actuales éticas de la postmodernidad, las cuales se escandalizan profundamente por una bofetada proferida por una jinete olímpica a su equino a la vez que banalizan totalmente la muerte de cientos de miles de niños por no poder contar con alimentación y acceso a la salud. Pues bien, en esta oportunidad nos gustaría dejar en claro una posibilidad: nadie está de más; nada está de más. La sacralidad de la vida trasciende los límites del especismo y los animalismos.
Toda vida planetaria es digna de cuidado, respeto y dedicación abocada a la preservación de su dignidad y bienestar. El pensar maniqueo, tan útil para las tendencias disgregadoras del tejido social, nos ha intentado convencer de una jerarquía ontológica pretendidamente anti-antropocentrista en la cual no todos tenemos parte ni lugar en la “casa común”. Pues no. Por ahí, no es. Al maniqueísmo irracionalista y equivocista postmoderno se lo derrota con ciencia, argumentación y sensatez. En este mundo no sobra nadie, nadie está de más, y todos, animales, personas y ambiente, merecemos una vida digna y cuidada. Consideramos que la clave está en la coherencia. La indignación moral que produce el maltrato animal es totalmente respetable, siempre y cuando no de pie a políticas justificadoras de abandono y muerte a otros seres. Una cosa no tiene que ir en detrimento de la otra. Toda vida es sagrada, y ninguna vida vale lo que vale un trozo de tela triste de cualquier bandera ideológica. La búsqueda de la coherencia podría sustentarse en una consciencia moral y en una legislación política seria, que tenga en cuenta la totalidad de lo viviente y luche por el bienestar de todos por igual.