En época navideña mi generación recordará como los dos únicos canales de televisión existentes nos regalaban maravillosas películas para ver en familia, divertidas, tiernas y con mensaje. Ayer me encontré con “La Cabaña” de Stuart Hazeldine, protagonizada por Sam Worthington (el de Avatar), inspiradora, motivadora y transgresora, pues acompaña un mensaje evangelizador que en los tiempos que corren es valiente por inexistente.
En un principio nos cuenta, al estilo de película para siesta de Antena 3, la vida perfecta de un padre de familia que pierde a una hija y ve como todo lo que amaba se desmorona en terribles circunstancias. En lógica consecuencia, en ese momento miré de soslayo a mi mujer y me dediqué a coger el móvil y ver vídeos de bicis y motos pensando en que me acababa de colar otro tostón de esos que te hacen sufrir innecesariamente.
Nada más lejos de la realidad, la película da un giro realmente inesperado y nos presenta un místico encuentro con la Santísima Trinidad que guía al protagonista por un camino de aceptación donde aprende a mirar el dolor desde un prisma de perdón que le transformará profundamente. La interpretación que la película hace de Dios es maravillosa por su cercanía y sencillez, y el mensaje didáctico y católico consiguió removerme la necesidad de ser mejor, especialmente en estas fechas. La manera de presentar la relación de Dios con el hombre es sencillamente brillante.
Y es que en Navidad solemos mirar el año que dejamos atrás, y nos empeñamos en recordar los malos momentos. Pero les propongo el ejercicio de no hacerlo, de mirar al futuro, de perdonar el pasado sin condiciones; estoy convencido de que si somos rápidos en perdonar, y más rápidos aún en decir lo siento, nuestro corazón será cada día más alegre, y nuestras vidas mejorarán ostensiblemente.
Vivimos ciertamente una época convulsa, en lo político y social, pero especialmente en lo moral. Cada día recibimos en prensa un bombardeo ininterrumpido de marketing que pretende trazar nuestro modo de pensar, de comportarnos, de amar, de relacionarnos, imponiéndonos estándares con los que no nos sentimos del todo cómodos por ir, en muchas ocasiones, en contra de nuestras convicciones.
Por ello es importante perdonar, relajar la crispación, afrontar esta crisis desde la humildad que Jesús nos enseñó desde la cuna y amar, sobretodo amar a aquellos que tenemos cerca y que merecen ser amados, porque de ese modo aportaremos nuestra granito de arena para hacer España un poquito mejor. Ámense, déjense amar y disfruten una Feliz Navidad.
Antonio Estella Pérez.