Desde luego hay que reconocer que hemos cambiado, aunque sea sin querer. Pero esos cambios vienen a demostrar, en ocasiones, los grandes desfases que pueblan nuestras formas de vida, que son poco concordantes a veces entre lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace y lo que se debería hacer.
Por estas y otras razones, cuando he oído en estos últimos días esa frase ya demasiado repetida por desgracia “otro año sin Semana Santa” no puedo evitar que regresen a mí pensamiento algunos asuntos que considero dignos de comentar.
Vaya por delante que soy creyente y a pesar de no estar entre los mejores, si creo tener ciertos conceptos totalmente claros.
¿Que no ha habido Semana Santa…? Si que la ha habido, lo que no hemos tenido han sido procesiones… ¿o no es así? La Semana Santa es la época en la que los cristianos, desde el siglo XVI celebramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y aunque los desfiles procesionales formen parte de esa liturgia, tengo claro que la deriva que los tiempos, cada vez más escorados hacia el laicismo, ha convertido estas fechas, importantísimas para los cristianos, en fiestas imprescindibles para los turistas. Aunque ambos conceptos sean susceptibles de convivencia, no es muy correcto, en mi opinión, que la fiesta y los turistas, aunque se hayan convertido en el beneficio principal de una hostelería que a base de adaptarse a las nuevas corrientes este provocando que el currito de a pié solo pueda ir al bar de barrio-por los precios-, sean el centro de unas fechas especiales por las que muchos sienten verdadero fervor.
Me gustan las procesiones, esta época del año me encanta. No obstante, creo que hermandades y cofradías y por supuesto la propia Iglesia, han provocado un derrumbe de sentimientos entre los fieles más humildes, que suelen ser los más fieles. El boato, protocolo y jerarquización del propio Vaticano, tan criticado por casi todos, se ha trasladado también a estos órganos de poder que con sus organigramas llenos de cargos rimbombantes: Tenientes de Hermano Mayor, mayordomos, consiliarios, diputados, capilleros, albaceas, priostes y demás pueden llegar a convertir unos días que deberían estar impregnados de fervor cristiano en otra cosa muy diferente y muy alejada de lo que la Doctrina Cristiana propone.
No es esto, aunque a algunos pueda parecer que si, un alegato en contra de las cofradías, que se que hacen grandes obras de caridad también sino una llamada a la racionalización de unas fechas en las que todo es bienvenido, pero sin olvidar el origen de las cosas y, sobre todo, sin teatralizar en exceso lo que se suponen actos de fe.
La Semana Santa siempre estará ahí, y para los creyentes, El Cautivo, La Zamarrilla, La Esperanza, Viñeros, La Macarena, El Gran Poder y todos los cristos y vírgenes que extraordinariamente modelados pueblan nuestros recintos sagrados, también están ahí, todo el año, no hay que ir de mantilla a verlos el día correspondiente de la semana de pasión cuando no se va el resto de año ni de mantilla ni de informal. Repito, ellos están siempre ahí, los que no están son los que tristemente han sucumbido a la pandemia o a otras enfermedades, y los que llevan año y medio sin trabajar, y sus familias.
No esperemos otro desastre para aplaudir en los balcones y volver a ser “solidarios”.
Ojalá vuelvan pronto las procesiones, la Semana Santa continuará llegando puntualmente, como cada año.
Miguel A. Sesarino