Que ser padres no viene en ningún manual, es algo tangible, es algo que comienzas a experimentar cuando lo estás gestando como madre o lo sientes moverse en el vientre de ella, pero ambos no dejan de experimentar hasta el día de su muerte.
En el caso de padres adoptivos, es una experiencia para la cual están aún menos preparados, no han tenido ese tiempo de gestación para tomar consciencia de lo que se le viene encima, los padres adoptivos no tienen un comienzo de experiencia, sino que se ven inmerso en ella de la noche a la mañana. Carecen de esa “toma de consciencia” de ser padres. Los padres biológicos toman el tren de la paternidad en la primera estación, pero los padres adoptivos, saltan al tren en marcha desde un puente, y por muy conscientes que sean de ello el golpe es duro, solo a lo largo del viaje se irán recuperando.
Soy reacio como padre a ocultar a mis hijos la dureza de la vida, lo que duele una caída. Mis hijos han de conocer la vida tal cual es, siempre los dejaré caer, pero también, siempre tendrán mi mano para ayudarlos a levantarse. Pero, ¡ojo!, no los levantaré, son ellos los que deben de hacer el esfuerzo con mi mano como punto de apoyo, porque es en ese esfuerzo donde ellos se encontrarán así mismos, es donde se entenderán, donde reconocerán sus virtudes y defectos, donde realmente pondrán sentirse en paz con ellos mismos, encontrando el camino hacia su madurez.
Hoy por hoy, seguramente, yo haya sido un mal hijo y un mal padre. En lo primero mis padres adoptivos hicieron todo lo posible (conscientes o no) para que no me desarrollara como persona. En lo segundo, una buena parte es el resultado de lo primero, el resto es el miedo a que ellos vivan algo parecido a lo que yo viví, llevándome a tomar, quizás, decisiones equivocadas, pero hay que ser consecuente con esas decisiones y cargar con sus consecuencias.
No creo que pueda afirmar que soy el héroe de mis hijos, tampoco tuve un padre que me enseñara cómo, y menos al que pudiera tomar por tal. Por lo que les pido y pediré siempre, ¡perdón! Pero si tuve una heroína, mi madre adoptiva, a la cual le debo muchas de las cosas que hoy me permiten sobrevivir. Pero es triste para un hijo despertar en medio de la noche y ver la figura de tu madre sentada en el filo de la cama, mirándote en silencio y ver como por sus mejillas resbalan lágrimas, pero antes de poder articular palabra, ella te acaricia la cara, -anda vuelve a dormirte-, dejando la habitación como alma en pena.
Al día siguiente, nada queda de lo sucedido, pero en mi mente quedó aquél recuerdo. Y hoy, reconozco que he cometido la misma equivocación que ella, alejarme en silencio. Pero sé que su acción, como la mía, fue entender en el momento que era mejor guardar silencio, no llorar delante de ellos, para no mostrarles que somos frágiles…
Yo jamás le dije nada a mi madre, no tuve oportunidad, se marchó antes de que pudiera afrontar mi madurez. Pero en estos días uno de mis hijos, ante mi silencio, tomó el teléfono y me regañó por no contarle lo que me sucedía, y me dejó reflexionando.
Por eso diría a los padres biológicos y adoptantes que: “Si tu hija/a te ve llorar, no te escondas, no le restes importancia, pues él o ella puede ser el causante o no de tus lágrimas, pero siempre serán el remedio que las calmen”.